septiembre 28, 2012


Me niego a creer que exista la pobreza porque existe la riqueza.  Suponer, como se hace habitualmente desde los llamados "gobiernos populistas" en América Latina que la pobreza es causada por la riqueza de los demás es como creer que que algunas relaciones de pareja fracasan porque otras funcionan.
Afirmar que la suerte de unos es la desgracia de otros es el argumento más peligroso al que nos exponen como sociedad y, más aún, como individuos. Es la génesis del egoísmo  y el individualismo agresivo que reina en nuestras sociedades.
Culpar a los demás de las propias miserias es la mayor miseria de un ser humano. A partir de cierto momento de su vida, cada hombre debe hacerse responsable de su propia suerte. Las circunstancias en las que uno vive pueden haber sido, inicialmente, externas y ajenas, pero tarde o temprano, serán consecuencia de los propios actos y de las propias decisiones que haya tomado cada uno cada circunstancia.
Esto es lo que en filosofía se llama "ética": la capacidad de ser uno quien determine su propia existencia, el criterio con el que tomar las propias decisiones de acuerdo a lo que uno persigue bajo el nombre de "felicidad".  A estas mismas reflexiones, pero a nivel social, las llamamos "moral". La moral es la ética de un grupo social, de una cultura, aquellas cosas que son correctas o incorrectas, que están permitidas o no dentro de una sociedad.
Que la pobreza sea un problema económico es mentira. La pobreza es un problema ético y moral. Que un hombre pretenda mejorar su situación económica gracias a dádivas del gobierno de turno, o que un obrero trabaje doce horas al día por monedas no es un problema económico sino ético de quien ha decidido no asumir su propia vida o de quien ha escogido la explotación como forma de interacción con sus semejantes.
Esto no nace de una incorrecta postura económica sino de una carencia ética en la persona que así se conduce hacia si mismo y hacia los demás. Cuando esto es ejemplo de casi la totalidad de las relaciones, el problema entonces es moral, de toda la sociedad como tal en cuánto a los valores que predica y permite en sus miembros.
La riqueza no es la causa de la pobreza, sino su solución. En una sociedad moralmente encaminada hacia valores más humanitarios que materiales, la pobreza del pobre se termina cuando la sociedad en su conjunto mantiene un accionar ético encaminado a la justicia y el reconocimiento del trabajo.
Vivimos en una sociedad que ha exagerado la importancia de lo material a la vez que devaluaba el valor del trabajo. Se piensa más en cuidar las propias ganancias que en pagar al trabajador lo justo. Sin importar las horas que alguien dedique a su trabajo, el pago nunca permite a un empleado vivir en las mismas condiciones de comodidad que su empleador.  Nunca un emprendimiento se mantiene sin el trabajo ─imprescindible─ de sus empleados, pero irónicamente, las ganancias solo mejoran la calidad de vida de los empleadores.
¿No es acaso un problema ético ─y no económico─ que algunos vivan del esfuerzo de los demás? ¿Por qué entonces el discurso oficial sigue engañándonos con esta falacia?
La respuesta es política: la ética es el peor enemigo del gobernante. Un pueblo moralmente sano es imposible de manipular, mientras que un pueblo sin moral es arcilla en manos de cualquiera. Si se diera una formación ética a cada ciudadano, esto es, si se le enseñara a tomar sus propias decisiones de acuerdo a lo que considere correcto, dentro de una moral en la que el otro no fuera una herramienta para el propio beneficio, pronto los estados irían disminuyendo sus funciones hasta un día desaparecer.
Ningún gobierno está dispuesto a llegar al punto en que la humanidad no necesite estados. Todo poder vive para mantenerse en el poder.
¿Cómo podría entonces una decisión económica resolver la pobreza? No podría. La historia nos demuestra que cada vez que un gobierno tuvo por bandera erradicar la pobreza expropiando y saqueando a los ricos, solo consiguió aumentar la pobreza inicial al no haber nunca atacado el problema desde su verdadera naturaleza.
Sin ricos, sin riqueza, jamás lograremos erradicar la pobreza de nuestras sociedades.
Pruebe repetir varias veces la siguiente afirmación: "Vamos a terminar con la pobreza sacándole la riqueza a los ricos".
¿Cuántas veces puede repetirla uno sin sentir que está faltándole el respeto a la poca inteligencia que nos queda? ¿No resulta obvio que es imposible erradicar la pobreza creando más pobres? ¿Redistribución? Piénselo un poco más y explíqueme cómo es que cambiando un pobre por otro se termina la pobreza. El concepto político de redistribución de la riqueza puede llevar solo a dos resultados: o cambiamos un rico por otro, o cambiamos un rico por muchos pobres menos pobres.
Nunca podremos cambiar un rico por muchos ricos porque la lógica lo impedirá: si quitamos $10 a un hombre no podremos darle $10 a 10 hombres. Solo podremos darle $10 a uno o $1 a 10. Cambiamos un rico por otro rico, o un rico por diez pobres.  Solo es posible la distribución de las riquezas cuando los $10 iniciales se transformen en más.
Hasta aquí sí es economía. Pero aún nos queda un problema: hemos sacado $10 a un rico, los hemos multiplicado y ahora podremos dar $10 a 10 hombres. ¿Así sí funciona dice usted? Le digo que no. No erradicó la pobreza, ya que ahora tenemos a 10 hombres con $10 cada uno y al rico inicial sin nada. Hemos creado un pobre. Mientras erradicábamos la pobreza, creábamos nuevos pobres. Estadísticamente bajamos la pobreza de 10 a 1. Éticamente, arruinamos a un hombre. Esto ya es moral.
Podemos trabajar entonces en aumentar esos $10 a $120, dar $10 a 10 hombres, devolverle así los $10 al rico y que éste además haya obtenido una ganancia igual a la que obtuvieron quienes trabajaron con él. Eso sería justo sin dudas ─siempre que los 10 hombres hayan sido quienes trabajaron para multiplicar esa fortuna inicial.
De todos modos, hemos logrado la bendita redistribución de las riquezas de la que tanto se habla. La ironía es que no tuvimos que expropiar, robar, saquear, ni quitarle nada a nadie. Otra vez descubrimos a los gobiernos populistas en una mentira. La riqueza no era la culpable de la pobreza, sino su solución. Defendimos la riqueza del rico ─en vez de atacarla con fines discursivos─, la aumentamos y distribuimos las ganancias entre los ya-no-más-pobres que trabajaron en aumentarla.
¿Cómo pudo pasar esto? Con once personas que colaboraron, con inversión o con trabajo, que compartieron esfuerzos por igual y repartieron las ganancias con equidad. Es decir: colaboración, esfuerzo, trabajo, equidad...¿son estos conceptos propios de los manuales de economía?
A esta altura le vuelvo a preguntar: ¿realmente la pobreza es un problema económico que se soluciona a partir de políticas económicas ilegales como el saqueo o el robo o es un problema moral que se soluciona con una correcta formación ética de los individuos y una moral sana imperando sobre la sociedad?
Piénselo.




septiembre 26, 2012


Le gustaba el olor a tierra mojada. Le traía recuerdos de otro tiempo, de una época que no recordaba del todo aunque tampoco había olvidado por completo aún.
Las tardes de lluvia se relajaba y dejaba que  el agua lo empapara por completo, lo recorriera como alguna vez lo había recorrido la sangre por todo su cuerpo.
Sí, aquel era un muerto feliz, un muerto que disfrutaba su sueño infinito y se despertaba solo cuando llovía, y el olor a tierra mojada lo rodeaba por todas partes como una enamorada que lo abrazaba.
Y el muerto disfrutaba de aquello. Lo llamaba amor y creía que la lluvia era su novia.

Así, como solía hacer todo, se entregaba también en el amor: sin preguntas, sin respuestas. Claro que muchas veces el resultado era imperfecto, pero nunca faltaba la sorpresa a sus relaciones.
Así fue como un día descubrió que su princesa era un sapo con demasiado amor propio, que las sirenas eran simplemente un maloliente pescado, o que el unicornio era un simple caballo al que costaba besarle la frente sin resultar herido.
También así descubrió, a veces, que los pescados podían cantar hermosas melodías y tener excitantes bustos y ojos preciosos, que un sapo, si se lo sabe besar, se convierte en príncipe, que un caballo podía convertirse en algo único y digno de un cuento de hadas.
Claro, todo dependía siempre de uno mismo, de lo que uno quisiera ver, o de lo que uno sabía ─o quería─ encontrar en los demás. Por eso el amor le resultaba tan extraño y, a la vez, tan nuevo cada vez.

septiembre 21, 2012


─No temas ─me dijo─ no vamos a dañarte; conocemos tu soledad y la comprendemos. También nosotros estamos solos. También conocemos el frío, la noche obscura, las horas de mirar el cielo sin tener en quien pensar.
A partir de esa noche, se quedaron; y luego vinieron más cada noche que también se sentían solos. Pronto las noches se encendían con la luz de esas ánimas en pena, ya no tan en pena ni tan solos. Y, la verdad, tampoco yo me sentía ya solo.
La ciudad es un escenario sobre el que se representan las más absurdas ficciones.

Quien pudiera, al mirarse en un espejo, ver un cielo estrellado y azul, una luna grisácea, con su circunsferencia deformada por vapores del cielo, y sospechar al lobo en su interior, y cobrar fuerzas de un modo misterioso y enfrentar la noche fuera del espejo con el valor de un animal sin Dios ni moral.


─¿Eres la tristeza?
─No...
─¿Quién eres entonces?
─Solamente tu espejo...

─Hay un monstruo sobre mi cama─ dijo el pequeño fantasma que dormía bajo la cama del niño.

septiembre 18, 2012


Twitteratura I


Tanto le temía el niño a la soledad de su cuarto que, llorando, imploraba a los fantasmas que no lo dejaran solo.



La besaba con tanta pasión por el miedo a perderla, que ella cada día juraba que no volvería para mantenerlo asustado.


Un nervioso tartamudeo, un gesto incierto en la mejilla, la mirada fija en los labios. El preámbulo del beso.


Cierra el día en las ventanas, mata todas las luciérnagas, apaga todos los destellos. No dejes que siga viendo este cuarto sin ti.
Ven, apágame.










Tenía memoria de sus anteriores reencarnaciones. No una memoria fáctica, sino una memoria más como emocional. Sentía sombras en su alma, sombras de antiguos amores. Asi, cuando recorría, por ejemplo,  por primera vez las calles de la actual ciudad de Roma, viejas discusiones en un foro para él desconocido pero no extraño lo sacudían de nuevo como hacía más de dos mil años. Cuando conoció París volvío a escuchar el ruido de los motores que cruzaban el cielo dejando caer sus bombas. La noche que asistió a un teatro para disfrutar de un concierto dedicado a Mozart recordó los ojos de la condesa con quien asisitió al estreno de esa música, dos siglos antes. 
Con pasión estudiaba la historia y encaraba cualquier viaje con la sensación de estar de regreso. La música de otros siglos, los clásicos literarios, todo lo que la cultura humana guardó del tiempo eran para él viejos reencuentros con un ser extraño que habitaba en su intuición. 
Durante toda la vida se dedicó a escribir esas sombras, esas intuiciones, como si fueran ficciones. 


Una mañana encontró la fuente de la juventud. Ya frente a ella se quitó sus ropas y entró en ella y nadó en ella.
Cuando llegó la noche, era un espermatozoide nadando en el útero de una mujer.

I.
Plantó un árbol. Con él hizo el papel en el que escribió un libro. Con los versos enamoró a la mujer con la que tuvo un hijo. Era un hombre práctico.

II.
Tuvo un hijo y, desde entonces, ya no perdió el tiempo pensando en plantar un árbol ni escribir un libro. Era un hombre satisfecho.

III.
Escribió un libro con poemas a árboles que no había plantado jamás, y soñando con hijos que nunca tuvo. Era un poeta.


─¿Sabes, Manuel?─ me dijo un día Natalia ─no entiendo bien cuando me hablas: me confundís, me mareas con argumentos a los que no termino nunca de encontrarle sentido.
Elena sabía que algo de aquel reproche no era del todo cierto, que no siempre usaba mi antigua estrategia de enredarla con confusos sofismas sobre la vida y las relaciones. Pero, así como yo tenía mi estrategia en nuestras discusiones, ella tenía la propia: la generalización. 
Un detalle, un simple hecho, eran para Marina la totalidad de nuestra relación. Así es como una puteada un día delante del televisor transmitiendo un partido de fútbol me convertía automáticamente en "Pablo, el grosero";  una tarde que olvidé, de vuelta del trabajo, comprar algo que me había encargado por la mañana me convertía en "Luis, el egoista"; o aquella vez que había descubierto un mensaje de texto con un juego de palabras en doble sentido ─una inocente broma con alguna connotación sexual─ con una compañera de trabajo fue durante más de cuatro años su forma de terminar todas las discusiones que tuvimos: "Mejor cerrá la boca, Lucas, porque yo no me olvido lo de tu compañerita".
Eran las ─¿nuestras?─ reglas de juego: enredarnos, exagerar hasta la generalización más absurda. Tratar de sacar provecho de cada detalle que se pudiera para tener razón. Éramos,  Josefina y yo ─su "Diegui" en los reencuentros─ una pareja normal. 

septiembre 13, 2012


Lograron divirnos, y vencernos. Clases baja y media separadas, enfrentadas por una oligarquía criminal hasta el exceso. Han logrado confundirnos, hacernos creer que el que pide es el enemigo del que no tiene. ¿Acaso no estamos todos pidiendo trabajo, comida, vivir con dignidad? 
Quienes apoyan el actual modelo y quienes se oponen han sido caracterizados, desde el mismo gobierno, bajo banderas enem
igas, como si realmente lo fueran. Esta es la gran mentira, el relato de un gobierno que ya no tiene vergüenza ni dignidad.
Acá nadie discute si la sociedad debe o no ser más justa. Claro que debe serlo. Pero serlo de verdad, y no en un discurso que poco y nada tiene que ver con la realidad.
Hoy todos deberíamos estar en esa plaza pidiendo lo que nos falta. Y ¿saben algo? Sería exactamente lo mismo lo que pediría la clase media que la clase baja. Porque no somos diferentes, porque necesitamos y exigimos lo mismo. Es mentira que pedir algo al gobierno sea ir contra los más necesitados. Es mentira que exigir la cárcel apra Boudou sea querer un país de oligarquías y poderes nefastos. Es mentira que pedir que se cumpla la Constitución de la Nación sea querer que unos pocos controlen todo el país.
Queremos la verdad, la justicia, la dignidad que no he conocido e este país en muchos años. Queremos un país en orden, un país sin divisiones, un país donde dejen de enfrentarnos para poder continuar el exagerado enriquecimeinto ilícito de quienes nos gobiernan.
Dicen que este cacerolazo responde a intereses económicos. Lo dicen ellos, desde el mismo lugar que defienden el golpe de estado del 2001 por el corralito. Nos llaman golpistas, ellos que desde las sombras pusieron punteros en 1989 y en 2001 y "compraron pobres" para saquear supermercados y generar el caos que terminó con dos gobiernos democráticamente elegidos.
Ellos, los que se enriquecieron quedandose las propiedades de los desaparecidos, los que vendieron el país con Menem, los que desestabilizaban las intituciones ocultos en las sombras cuando una causa por coimas en el senado amenazaba con ser acusados de lo que son, ellos, hoy, dividieron. Y hasta ahora, van venciendo.