enero 17, 2012

Huelga de poetas (Carta abierta)

Hoy quiero escribir la historia de un hombre real, como usted. La historia de un hombre que trabaja sin que nadie le pague. De un hombre sin derechos, al que le han robado la dignidad de su trabajo.
Nuestro hombre es un escritor: poeta, cuenta cuentos, pensador, llámelo como usted quiera, él ya está acostumbrado.
Cada mañana se despierta con unas cuantas ideas que escribir y una sola pregunta: "¿para qué?". Y, sin tener una respuesta, se reacomoda en la cama y sigue durmiendo, tratando de despertar en otro mundo, en otra realidad, en otro cuerpo y, sobre todo, en otra vocación.
Nuestro hombre sueña con ser empleado en una oficina del gobierno, portero, barredor, mendigo en la puerta de la Iglesia, lo que sea que se pague.
Nuestro hombre todavía no entiende qué trabajos son los que dignifican. Solo sabe, porque se lo repiten constantemente, que el suyo no. Ha estado más de diez años trabajando para otros mientras un nefasto acuerdo social intentaba mentirle que trabajaba para él. En varios países es hasta tema de dramáticos informes en la televisión que un abogado maneje un taxi, que un médico tenga que dar clases de biología en una escuela, o que un ingeniero reparta pizzas. Pero nunca escuché a nadie gritar horrorizado "¡Qué barbaridad! Un poeta atendiendo un almacén!". El poeta, el escritor, no merece el espanto y la indignación ajena.
Nadie se espanta porque un poeta esté vendiendo caramelos. Pero pobre de él si intentara afirmar que escribir (en sentido literario) es un trabajo. A nuestro hombre intentan explicarle en vano que escribir NO es un trabajo. Que el trabajo de un escritor es ser profesor de Literatura, redactor en un diario, corrector en algún lado, o periodista.
Nuestro hombre asiste a todos los cumpleaños y reuniones familiares solo para que alguien pueda echarle en cara el último ascenso de la hija del tío del primo de un hermano del vecino que pasó de barrer el piso en una oficina a limpiar las ventanas. Asiste cada 31 de diciembre a la tradicional cena de año nuevo solo para que toda la familia esté pensando "Quizás este año consiga un trabajo" (y nunca falte quien tenga la cuenta bancaria lo suficientemente inflada como para sentirse en el derecho a decirlo).
Nuestro escritor no tiene vida, no tiene futuro, no tiene seguro médico. Conclusión, no tiene trabajo. Está todo el día sentado frente a una computadora sin hacer nada.
¿Por qué ocurre esto? No sé, tengo más preguntas, querido lector, que respuestas.
El escritor debe ser cualquier cosa menos escritor: profesor en algún colegio, periodista, redactor en alguna empresa o diseñar el slogan que venda una cortadora de césped. El escritor no puede ser escritor.
El trabajo de escritor no existe. Escribir literatura no es un trabajo.
Escribir poesía es tan poco digno que hasta debo dejar de hacerlo para responder un mail de una revista, de un diario, o de un lo que sea que vaya a ganar dinero con lo que yo escribo, para decir, con el pecho inflado de orgullo y felicidad: "si, claro, publiquen mi poema/cuento, es un honor". Y dos horas después estar mirando el último cigarrillo pensado que quizá no vuelva a fumar uno hasta que algún amigo venga de visita.
La excusa más repetida es que la revista no se vende, que se distribuye gratuitamente, que es on line, que apenas se mantiene. Yo ni a mantenerme llego y vos adornás mi poema con publicidades que cobrás sin la más mínima vergüenza.
¿Y si yo no autorizo a publicarme sin pagar por mi trabajo? La respuesta es clara: no me publican. Porque mi trabajo no vale. Los dos meses que estuve trabajando un cuento no valen en dinero absolutamente nada. Porque escribir no es trabajo. Editar es un trabajo, vender publicidad es un trabajo. Escribir lo que ellos venden (directa o indirectamente, porque cobrar por publicidades también es vender lo que uno escribió) no es trabajo.
De las editoriales, mejor no hablar. Algún día, la humanidad tendrá que entender que todo lo que está mal en el mundo es consecuencia directa de poner precio a las letras. La Revolución Francesa hubiera muerto en el sueño de un puñado de borrachos gritando en una taberna de no ser por la imprenta, por el libro, porque aquel sueño de Igualdad, Libertad y Fraternidad llegó a todos los rincones del planeta en unos cuantos libros impresos. Claro, cuando todavía se imprimían ideas. Ahora, Coelho deja más ganancia. Y ni el más mínimo riesgo de una idea que amenace con una sublevación de desnutridos en toda África.
Pero ya estoy desvariando. Disculpen esta pasión desperdiciada en defender un pasatiempos (creo que así es como quieren que lo llame).
El tema es que la historia de hoy no es de un hombre solo, único y especial (que ya habrán adivinado de quién se trata). Mi historia es la de miles de hombres y mujeres que por todo el mundo vamos dejando un verso, un cuento, o algo, por pequeño que sea, que escribimos y que usted lee.
Tómese un día el trabajo de buscar en internet cuántos somos los que estamos aquí ofreciéndole algo mejor que esos programas de televisión basura; algo más digno, más serio que esos libros que intentan imponerle desde una oficina de contabilidades mezquinas que responden a los más nefastos intereses de unos pocos.
Tómese el trabajo de preguntarse seriamente por qué nuestro trabajo no vale lo mismo que el suyo.

¿Qué pasaría si un día decidiéramos, todos juntos, declararnos en una huelga poética? Absolutamente nada. Por dos razones muy simples. Primero, hay infinidad de cosas para leer y si un día todos los que escribimos dejáramos de hacerlos, quizá usted tendría tiempo de leer todo eso que no ha podido leer hasta ahora.
Pero la segunda razón, la más importante, es porque seguiríamos escribiendo porque amamos lo que hacemos.  No podemos dejar de escribir como usted no puede dejar de ser usted. Somos escritores, no otra cosa. Ni profesores, ni camareros, ni ninguna otra cosa. Somos escritores. Nuestro trabajo es este. Nuestra vida es esta y usted no puede ni imaginar la literatura maravillosa que podríamos crear para usted si tuviéramos la oportunidad de hacerlo, si no tuviéramos que conformarnos con escribir los fines de semana o los ratos que nos deja nuestro trabajo de verdad.
Yo he tenido la suerte maravillosa de quedarme sin trabajo. Si, de ser uno de esos millones de desempleados de los que tanto se habla en los medios. De ser uno de esos seres sin futuro, pero más que nada sin presente. Y digo suerte porque en estos meses he podido darme el lujo de despertarme temprano a trabajar de escritor. Pero nada dura para siempre. Es cuestión de tiempo que estos meses pasen a ser un buen recuerdo.
En España y en todo el mundo se habla de "los indignados", los que se cansaron de no ser. Yo estoy harto, querido lector y compañero, de no ser. Harto de levantarme cada mañana y preguntarme "¿para qué?". Harto de tener una respuesta, y que sea siempre la misma. Harto de tanta literatura, de tanto sueño, de tanta fe, de tanta historia de mentira, harto de seguir esperando el milagro.
El mundo es esto porque nosotros lo hicimos así. Es imposible que unos cuantos señores decidan el futuro de seis mil millones de personas. Esta realidad la cagamos nosotros. Y hasta que no dejemos de comprar mentiras y bolsas de basura no dejarán de venderla.
Hoy, cuando me desperté, con la misma respuesta de siempre, estuve a punto de quedarme en la cama esperando despertar en un pibe que sirva café en una oficina por el sueldo mínimo. Algo me dijo que eso no pasaría y decidí levantarme y escribir, pero cambiando un poco el estilo. Contar una historia que no fuera un cuento. Contar la historia de miles de escritores que NO somos profesores, ni taxistas, ni empleados en el almacén de un pariente lejano que tuvo éxito mientras nosotros perdíamos el tiempo escribiendo poemas.
Porque ni eso es tener éxito ni esto es ser un fracasado. Mi éxito es que usted esté leyendo esto, que haya leído mis poemas y mis cuentos y haya encontrado en ellos alguna virtud, algún sentimiento, alguna idea. Porque soy escritor y punto.
Le pido disculpas si esperaba otra cosa, algún poema de esos de medio pelo que suelo escribir o un cuento tonto sobre muertos que vuelven de la muerte porque extrañaban a un amor...hoy no tengo ganas. Hoy me desperté aplastado por un "¿para qué?" con la misma respuesta de siempre: para nada, para que me sigan diciendo que me busque un trabajo mientras mis poemas y mis cuentos siguen paseando por revistas de todo latinoamérica y España. Para que me sigan acusando de ser un fracasado mientras los imbéciles piden el Nobel para Coelho y las editoriales guardan ese silencio asesino que ya les queda como pintado, mientras la gente sigue quejándose y repitiendo "es así, no podemos hacer nada".
Hoy me levanté más harto que nunca.
Perdón por el hartazgo.