Hay días que no tengo más remedio que hacerlo de esta manera. Si aceptaran venir de otra forma no sería necesario, pero no siempre quieren. Entonces, es necesario tenderles una trampa. Tentarlas, y esperar que se acerquen.
Hoy, por ejemplo. Varios días sin ellas. Y uno tiene sus necesidades.
Entonces me levanto temprano y abro todas las ventanas. Pongo la pava en el fuego, caliento el agua, preparo el mate. Busco los versos de Machado en la voz de Serrat y los suelto por toda la casa. Hay canciones a las que ninguna mujer se resiste ─y ellas también son mujeres.
Entonces me siento a esperar. Siempre funciona. Más temprano que tarde alguna de ellas se descuida y se mete por una ventana. Entonces hago como si no la notara. Pronto está husmeando por toda la casa como si yo no existiera.
Sospecho que son cruza de ave y de adolescente ─ya dije que son mujer. Vuelan despreocupadas, enamoran sin el menor esfuerzo, y ¡son tan fáciles de engañar!
Algo de lástima también me provoca. Ni sospecha que ha caído en mi trampa. Pero ahí está y no puedo dejar que escape. No hasta tener de ella lo que necesito.
Entonces la capturo. La encierro en un verso, no necesito más que uno solo. Y luego la suelto, que baile desnuda por toda la casa, mi pobre Musa violada.
Y ella se queda, sigue su baile, desnuda, alegre ─dije ya que tienen algo de inocente adolescente.
Y yo me quedo con mi verso inspirado. Empieza el arduo trabajo de convertirlo en algo, de darle una forma elegante, delicada.
A veces solo logro estas miniaturas. Pero ellas no se quejan nunca y hasta he pensado que son ellas quienes me tienden la trampa. De todas formas, a veces no queda más remedio que proceder de este modo y tomar de ellas, por la fuerza, lo que uno necesita.
Debo aclarar que ninguna Musa resultó herida durante la redacción de este cuento. Tal vez un poco enamorada, pero es ese un dulce dolor que se pasa con el tiempo. Sobre todo a ellas.