noviembre 01, 2011

El médico mira a su paciente. Piensa en el muchacho al que la leucemia le cortó los años antes de llegar a 21. Era su hijo, sano, de costumbres prolijas, moderado en todo, comidas ordenadas, no probó nunca cigarrillo ni alcohol. Ahora, seis meses después, este hombre de algo más de cincuenta años le muestra una sonrisa de pobre pero satisfecha por el resultado de sus estudios. Conocedor del tabaco desde chico, acostumbrado al trago, a la noches de mujerzuelas, a la vida triste de un pobre que llegó vacío a la capital.
Este médico tiene preguntas sin responder y culpas sin repartir. Quiere vivo al hijo muerto. Quiere justicia, alguna forma de justicia sacada de algún tratado de biología. Al otro hombre le hubiera gustado tener las oportunidades del hijo de un médico acomodado, no ser el hijo de un peón borracho y pobre.
La trama es compleja. La culpa es de todos, y de nadie. Somos seres humanos, raza sin verdades, de justicias más poéticas que reales.