septiembre 02, 2011
A ella nada le importa, nada la conmueve. Pero le sigue aparentando para que él le diga "hola, ¿cómo estás?" y se siga arrastrando y la siga cuidando como cuando ella fingía estar con él. Él sabe que todo es de cartón y a veces sigue el juego. A veces se lo cree, y ese el problema. Juntos viven como cabras saltando de mentira en mentira, cada uno jugando su juego. Los dos pierden porque él nunca la alcanzará y ella seguirá perdida entre amistades de cartón y hombres que la dejen antes que termine de vestirse. El cree en el amor eterno, ella en que todo muera rápido para no aburrirse. Los dos corren, ninguno llega. El se acostará pensando en ella, necesitándola. Ella se despertará sin entender nunca por qué el hombre que duerme a su lado, teniéndola tan fácil y sin resistencias, no la cuida como él que nunca tiene nada de ella y solo vive en su espera. Es una historia entre dos seres anacrónicos. Es una historia entre romántica y moderna. Es una historia de amor, de amor moderno.
Y eran un par de sueños truncos los que pendían de una cuerda deshilachada en el centro y a punto de cortarse.
La mitad del tiempo la amenza y la ansiedad,
la lucha y contradiccion interna de esperar el desprendimiento anunciado, ansiado, en cierta manera,
como se quiere saltar a un abismo cuando se lo tiene enfrente.
Quería pasar la muerte, quitarse esa tensión de encima lo antes posible para vivir sin esa angustia que le raspaba la garganta por dentro.
Morir, eso ayudaría, morir d euna vez y seguir viviendo después sin pensar en aquello. Vivir eternamente como en un sueño estúpido donde todo ocurre sin sentido, sin necesidad ni razón.
Eso estaría bien, pensó. De una vez por todas. De una vez. Matarse. Desprenderse del sueño ese de no tener sueños.
Lo pensó y lo decidió. Y así de simple lo resolvió.
A las 10:53am abandonó el desayuno y se cortó el cuello.
Todas las asperezas salieron en gorgoteos escarlatas.
A las 11:13am volvía a la mesa y retoma el desayuno (ya frío).
El primer placer que tuvo en la vida fue sentir el café bajando suave, sin rasguñarle la garganta.
"Ya está", se dijo en voz alta para asegurarse que estaba vivo, "ya está, ahora a seguir viviendo".
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