marzo 16, 2015

Parábola del albañil o El sentido de la vida
(Cuento al estilo ruso)


En una aldea vivía un albañil ya entrado en años. Una tarde, el hombre tomó a su único nieto y lo llevó a dar un paseo por las calles del pueblo.
Caminaron durante un rato hasta que el anciano se detuvo frente a una casa. Por la ventana se percibía el fuego de la hoguera y la familia estaba sentada en paz junto a la chimenea.
─Esa casa─ dijo el anciano al pequeño ─la construí yo mismo con mis propias manos.
Entonces avanzaron hasta la siguiente casa. De ella salía un niño desabrigado y su madre corriendo tras él con un grueso abrigo.
─Esta casa también la construí yo mismo con mis propias manos─ dijo el anciano.
Siguieron caminando un rato largo y en cada casa el abuelo se detenía y repetía a su nieto:
-Esa casa la construí yo mismo con mis propias manos.

Después se sentaron a descansar en la fuente de la plaza, con todas las casas del pueblo a la vista.

─¿Qué piensas de lo que has visto, Lionka?
─Que todas las casas las construiste tú, abuelo.
─¿Y qué piensas de eso?
─Que has construido todas las casas de la aldea pero no una para ti.
─La casa en la que vivimos yo la hice también.
─Pero se la has regalado a tu hijo, mi padre, y vives con nosotros cuando pudiste haber construido una para ti solo.
El abuelo sonrió.
─¿Qué has visto en esas casas, Lionka querido?
─Niños jugando, gente cenando en familia.
El abuelo sonrió satisfecho.
-Toda mi vida ha sido construir casas. Primero una y luego otra y al terminar me marchaba a comenzar otra, y otra y otra. Pero las casas, Lionka, las casas son nada. Solo piedra, paja, maderos y de esto puedo explicarte muchas cosas. Pero todas esas cosas no te dejarían ver lo importante: si todas estas casas que he construido estuvieran vacías mi vida habría sido inútil. Solo cuando alguien las habita, las casas se vuelven "algo". ¿Entiendes ahora, mi Lionka? Un hombre puede trabajar toda su vida, pero si las casas que construye no son habitadas, entonces no habrá hecho nunca nada que pueda guardar. El trabajo de un hombre es real cuando otros pueden habitarlo.
El niño volvió a mirar las casas y ahora ya no eran casas, la piedra y el vidrio y la madera no podían retener ahora a sus asombrados ojos ante la vida que llenaba esos hogares.
-Ese, Lionka, es el sentido de la vida.
Las cosas que importan


En el primer banco de la capilla una señora bien vestida rezaba:
─¡Ay, Diosito! Quita de la mente de mi hija a ese muchacho pobre que la trae como el diablo de pecadora. Hazla entrar en razón, por favor, y que acepte al doctorcito nuevo, tan guapo y rico él y tan enamorado de ella.
Dos filas más atrás, un joven rezaba:
─Padre, ¡te lo ruego! ¡Dame un trabajo que me guste y con un buen sueldo que estoy cansado de esta pobreza! ¡Hay tantas cosas que me gustaría comprarme y no puedo!
Más atrás, del lado del confesionario, un hombre grueso y grasoso pero finamente vestido pedía:
─Dios, Dios, ¿tanto te cuesta hacer que mis negocios vayan mejor? ¿No puedes hacer menos vagos a esos negros? ¡Todo el tiempo andan pidiendo descansos que me hacen perder tanto dinero!
De pie y contra una pared, un muchacho pensaba:
─Padre, solo te pido que esta temporada seamos campeones. ¡Solo eso! ¡Todos los años te lo pido y nunca me escuchas!
Otro, cerca de éste, murmuraba:
─Padrecito, ¡haz que sus ojos negros se fijen en mi! ¡Es la mujer más hermosa de todas y no quiero una esposa fea!
Al final de los bancos, sobre la última fila, casi escondida, una mujer jóven toda vestida de negro y con la cara cubierta rezaba en voz baja:
─Tú que no evitaste que la muerte lastimara a mi niño, ten, por favor, algo de consideración con su pequeña almita.