febrero 26, 2015

La izquierda es uno de los pensamientos más hermosos y humanos que la civilización ha sido capaz de crear. El núcleo del pensamiento de izquierda es cristianismo en su forma más pura y humana. Y el cristianismo es, en su mensaje puro y quitando sus consecuencias ideológicas o institucionales, el mayor logro de los humanos como civilización.
El núcleo de ambos pensamientos es correcto. No pueden discutirse.
Y, ene ste sentido, la izquierda es lo mejor del cristianismo: el humanismo amoroso sin las instituciones asesinas ni la fe que ciega y prohibe pensar. En teoría.
En la práctica, es en la periferia de estas filosofías donde hemos fabricado los abismos en los que ellas mismas caen. Porque tanto una como otro han recorrido el camino suicida del pensamiento occidental.

El sistema está íntegramente apoyado sobre los pilares de la corrupción y la decadencia: Grecia y Roma.
Nos han dicho que Sócrates, Platón y Aristóteles representan la Edad de Oro de los griegos. Es mentira.
El verdadero oro de los griegos está en las vetas del pensamiento presocrático: el pensamiento puro, en movimiento que no nunca fue un pensamiento "oficial".
Sócrates (real o no, no importa, su contenido puede considerarse real en sí mismo), que nace del pensamiento puro de sus predecesores, muere al chocar contra el iceberg del pensamiento como institución. La filosofía socrática se convierte en ideología. Ya no es el pensamiento de un hombre, es la filosofía encontrando sus propios bordes.
No se puede ir más allá de donde se ha llegado. Sócrates no tiene dudas, sino certezas y es, en ese cúmulo inservible de certezas, donde su pensamiento muere y es convertido en el pensamiento "oficial" de Grecia.
La filosofía socrática, sucesora de un pensamiento libre y en constante evolución encuentra su estanque donde morir lenta y silenciosamente: Platón.
Platón es la escuela donde la filosofía se enseña ya acabada. El pensamiento se fabrica según rigurosos planos de los que nadie puede salirse. Ya no hay pensamiento en un sentido real sino ficticio. La filosofía está hecha y ya no hay lugar para artesanos que hagan sus propias ideas fuera de la Gran Máquina que es el sistema.
Platón es la muerte de la filosofía. Sócrates, su maestro, encuentra al final de su vida una duda. Entonces su discípulo, ciegamente leal, le prepara y sirve un delicioso cóctel de cicuta para salvarlo de esa otra muerte que es, para todo ser humano, salirse de los bordes de la ideología dominante.
Platón asesina al pensador para salvar la idea. Esta contradicción es lo que llamamos ideología.
No hay nada de gloriosa en esta época del pensamiento griego, salvo para aquellos que miran, no por ellos mismos, sino por los ojos que la Gran Máquina les dió.
Lo que era pensamiento es ideología: un paquete preciosamente decorado de ideas listas para ser aplicadas, funcionen o no, a partir de la convicción ciega y la negación de todo aquello que no encaje.
La filosofía socrática, en los ladridos de su pequeño y bien adiestrado cachorro llamado Platón, ha parido la muerte: el pensamiento ha parido a la ideología, es decir, el no-pensamiento.
El problema, o peligro, principal de la ideología es que no tiene en sí misma ninguna utilidad. No sirve, podemos decirlo, para nada. Al igual que con la armas, la ideología no sirve como objeto en sí mismo. Una pistola puede ser un juguete o una espada u otra arma medieval pueden ser un objeto decorativo. Pero también pueden usarse para matar. No es en el objeto en sí donde está su esencia sino en su uso potencial.
En este sentido, la ideología dispara cuando es la base para las instituciones.
Entonces llega Aristóteles. Es decir, el colmo del no-pensamiento: el autor de los preceptos y las normas. Aristóteles nos dice cómo, cuándo y por qué. Desde la poética, simple entretenimiento, hasta la ética o la política, el pensamiento aristotélico es un llamado al cumplimiento ciego de un pensamiento que no piensa: solo obedece.
Aristóteles será la invención de la Gran Máquina. Pero más tarde.
Porque no es en el falso "oro" de los griegos que fundamos el mundo, sino en la decadencia de quienes se apropiaron de ellos.
Para los romanos el pensamiento es completamente inútil. Roma es la Máquina, y los engranajes no piensan. La filosofía, el pensamiento libre, fue un útil entretenimiento entre los ociosos griegos pero Roma tiene demasiado que hacer como para sentarse a meditar sobre la esencia del hombre o el origen del universo. Todo eso, que otros ya han pensado, puede aprenderse íntegramente de Aristóteles, el último gran griego que viene a salvar a los romanos de ese aburrimiento innecesario de tener que pensar el universo por uno mismo.
La ideología, el no-pensamiento, se convierte en la Ley.
De las ideas a la ideología y de la ideología a las instituciones.
El Cristianismo, que surge dentro y en contra de Roma  representa la idea, el pensamiento, la vuelta al pensamiento dentro de una institución basada en ideologías que no debían revisarse. El Cristianismo revisa y es, en su origen, nuestro mayor logro como especie: amor y humanismo puro.
Pero no es casualidad que el cristianismo haya nacido tan cercano a los griegos y haya sido, en sus principios, tan amigo de ellos. Muere siguiendo el camino del pensamiento griego.
Surge como ideas que revisan y discuten lo establecido para convertirse luego en la ideología domintante (siglo IV) y más tarde en la Gran Máquina que oprimirá y envenenará al pensamiento.

Otra vez es el mismo camino: de las ideas a la ideología, de la ideología a las instituciones.
Ahí está el gusano que pudre la manzana. Ahí se acaba la belleza. Los héroes se convierten en estatuas, las ideas en manuales, los sabios en maestros de escuelas y las necesidades en negocios.

El Cristianismo se convirtió en la Nueva Roma. Y dentro del veintre de esta nueva loba surgen las nuevas ideas que la destruyen: las ideas reformistas que la nobleza alemana transforma en la ideología que enfrenta al poderoso Vaticano y de la que luego nacen las instituciones anglosajonas; el pensamiento (casi) libre de Descartes se convierte con los siglos en la ideología que hará temblar las bases de la monarquía francesa y más tarde en las instituciones que coronarían al nuevo Emperador; la idea de libertad económica de los mercaderes judíos que se convierte en la ideología liberal y en las instituciones del capitalismo.
Incluso fuera de la Europa dominante ocurre este camino suicida del pensamiento: las ideas de libertad que Rusia aprende de Pushkin se convierten en la ideología de Turgueniev y sus camaradas y termina destruyéndose en las instituciones del no-pensmaiento de la revolución de 1917.

El siglo XX nos ha dado sobradas muestras de cómo la izquierda se siente fatalmente atraída por el suidicio, por la autodestrucción. De las ideas libres que penetraban profundamente el no-pensamiento occidental y cristiano que agonizaba en sus propios muertos se construyeron ideologías, cajitas de ideas muertas que debían repetir los manuales que sus propios socráticos habían redactado.
El mensaje humano de la justicia social y la igualdad entre los hombres se convirtió en la ideología marxista, repleta de manuales y libros de preceptos. La izquierda, que ya había encontrado a sus Sócrates y Platones, encontró en Marx a su Aristóteles. Con un poco de paradójica violencia (partieron de un mensaje de justicia y paz social) la izquierda encontró también su Edad Media en Rusia, en China y en Cuba, por nombrar solo sus casos más emblemáticos.
De las ideas de justicia de Tosltoi a la violencia en las ideologías de Gorki y Turgueniev y las Instituciones represivas Stalinistas; de Sierra Maestra y el sueño de una Cuba sin esclavos a los prisioneros políticos del régimen castrista.

Latinoamérica vive hoy sus propias contradicciones, sus propios suicidios. Venezuela, Argentina y Ecuador se debaten entre la libertad como discurso y la represión a sus grupos más minoritarios y molestos, entre la pobreza y unos pocos multimillonarios que solo cambian de apellido. Se habla de libertad, de cultura, de los pobres y de los derechos humanos, pero el discurso solo es vuelve real si es funcional a los intereses oficiales. Solo se cambia una oligarquía por otra, una gran Máquina por otra. O, en los peores casos, solo es un discurso y, por debajo, siguen mandando los que pueden comprarse sus esclavos. No ha habido, en toda Latinoamérica, un cambio real y significativo que quiebre, realmente, las viejas estructuras del mercado y la explotación. No han tocado a ni uno solo de los viejos amos y en algunos casos hasta los han protegido silenciosamente. Aún Bolivia, nuestro caso más aplaudido, también ha dado muestras de sus propias contradicciones.
El recorrido que las ideas de la izquierda ha seguido es bastante inspirador para quien busque contradicciones. La izquierda ha probado de todo. La revolución armada primero (Rusia, y China por los años treinta), la revuelta social y proletaria (Polonia y Checoslovaquia por los años cincuenta), la "intelectualización" (la filosofía crítica y el existencialismo y toda la literatura de los sesenta y setenta) y finalmente, la democratización (comunistas que van a las urnas como cualquier hijo de vecino).
Está claro que, en todos los casos, la muerte llega cuando se han reemplazado las ideas por la imágen de quien las pensó colgando en la oficina de un dictador.
El pensamiento, como forma liberadora, ha muerto siempre al principio del camino. Se trata de pensar libremente hasta encontrar unas cuantas ideas que sea útiles y entonces agruparlas y convertirlas en una ideología acabada y perfecta, lista para ser llevada o consumir en el lugar. La izquierda es, pracaticamente, el delivery de ideas rápidas. A eso se han reducido ellos mismos. No pida nada bien hecho. Ahí tiene usted unas cuantas ideas listas para salir a gritar que es comunista, o socialista o lo que guste. Y, por favor, no moleste más.

La izquierda, que fue en su origen nuestra hermosa forma de resucitar un mensaje amoroso y brutalmente destruído por quienes lo sostuvieron en un comienzo, no ha vuelto a tener una idea en siglos. No ha vuelto a pensar.

Pocos hombres fueron capaces de recuperar el pensamiento libre y no acabado de la ideología. Hombres que han tenido ideas frescas, valientes, verdaderamente eficacez como soluciones.
Todos, o la gran mayoría, han sido perseguidos por las mismas instituciones que la izquierda ha creado. Porque la izquierda se destruye a sí misma como toda ideología: no permite que dentro de ella crezcan ideas que no estén en el manual. La izquierda no ha logrado resolver el problema de ser una ideología.
Si buscara, alguna vez, ser ideas, no ideología, deajría por fin de morir al pie de los edificios que no son más que un símbolo y un recuerdo de lo que nunca debieron ser.