abril 02, 2013
Abril, 2, de 2013.
Sé, y no me importa, que es un tema complicado, una herida llena de mierda que todavía no hemos podido cerrar. Pero cada 2 de abril pienso en lo mismo y, por lo general, he preferido callarme por miedo a herir sentimientos por los que tengo un respeto casi religioso.
Sigo escuchando esa palabrita: "colonialismo". Inglaterra debe devolver (si, devolver, así hablan) las Malvinas para terminar con el colonialismo. ("Coloniaje", como dijo la Gran Burra, no existe en ningún idioma real ni imaginario.)
Para terminar el colonialismo, entonces, alcanzaría con cambiar de colonialista.
Perdón, pero no puedo quedarme callado mientras me dan de comer mi alfalfa. La soberanía es un concepto entre vivos, no entre muertos. Los isleños que viven en las islas son un pueblo nativo, "criollo" como decíamos por acá en época de la colonia en contraposición a los "colonialistas". Son un pueblo que en pleno siglo XXI pertenecen a una corona. O a una democracia extranjera, según quién mire, pero todo termina dando lo mismo.
Verlo de una o de otra manera es seguir apagando hambre con agua.
El fin del colonialismo llegará, precisamente, cuando ingleses y argentinos aplaudamos la independencia política de las islas como un nuevo país libre e independiente. Un nuevo integrante de la América del Sur y, por qué no, un nuevo hermano latino americano (salvo por ese problemita del idioma, claro, pero es un detalle que bien podríamos tolerar).
Como animal político ese (sí, eso) es uno de mis mayores sueños: que dejemos de pelearnos por una nación que ni es inglesa ni es argentina. Que dejemos de joder a los muertos (también hay muertos ingleses enterrados en las islas) y por fin aceptemos que NADIE es dueño de nadie y que cada pueblo tiene la OBLIGACIÓN de ser un pueblo libre y soberano de sí mismo.
Claro, para eso (para tal grado de madurez humana y política) falta, de parte nuestra al menos, una generación entera de argentinos dotada de cerebro. Y eso sí que es un sueño...
Volver es no quedarse, tampoco, en lo avanzado. No olvidar que el horizonte nos rodea en 360 grados. Hay un cielo delante nuestro, pero también detrás; y a cada lado.
Olvidar que una vez fuimos el pie y no la huella; reconocer en esa huella a ese ser que miraba, anhelante, ese mismo camino no como una experiencia pisada sino como un puente por cruzar.
Después, es cierto, modificamos el rumbo, aprendemos, buscamos nuevas opciones nos adaptamos a nuevos sueños, nuevas circunstancias y, a veces, hasta renegamos de ese ser que fuimos.
Pero esa huella que vemos detrás nuestro, que llamamos "pasado", fue alguna vez lo que tuvimos delante y quisimos recorrer.
Volver a recorrer un camino abandonado que incluso tratamos, injustamente, como un error, es también reconocer el error de haber olvidado.
De haber olvidado esa parte tan propia e íntima que es la que define quién somos, y de dónde venimos.
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