La Casa Real tenía jardines y huertos que ahora los ojos del Inca veían como en un sueño.
En ellos habían plantado árboles de todas las especies que en el país crecían, todos contrahechos en oro y plata por amorosas manos. Tronco y copa, con sus hojas y sus frutos. También plantas, de las más hermosas y de las más humildes, con sus hojas y sus flores, y con aves de todas las clases en sus ramas, o bebiendo sus mieles.
También los maizales estaban hechos de plata, con sus hojas, mazorca y cañas, y los cabellos que echa la mazorca eran de oro.
También había pequeños animales: conejos, venados y gamos, y hasta ratas, lagartijas y culebras, magistralmente construidos en oro hueco. Y mariposas en las flores. Por entre los dorados pastizales alguna llama con su dorada lana pastaba estática. También, leones y tigres dorados para mayor regocijo del Padre.
Y todo esto era para dar gracias porque no hubo en el reino hombre, mujer o niño que sufriera de hambre o le faltara alguna cosa. Porque el Padre es Bueno y Generoso. Nos dio la vida y las cosechas cuando nuestros ancestros moraban en cuevas sufriendo por el ánimo y los caprichos del mundo. Nos dio las casas y las ciudades y la Ley.
Ellos, los que llegaron del mar, lo llaman lujo. Porque no lo entienden. Y dicen que entre hermanos dividimos nuestro pueblo, porque tampoco entienden. A mi hermano lo amo y lo amaré, aunque estemos obligados a medir nuestras fuerzas. Porque nuestro Señor debe ser el más fuerte y hábil en los manejos de nuestras gentes. Cuando finalmente el Padre escoga a uno de entre nosotros, nos abrazaremos y celebraremos la victoria no de uno de nosotros si no de todo nuestro país. Porque Huiracocha no se equivoca.
Nosotros nos equivocamos. Creímos ver en sus rostros pálidos a nuestros dioses. Abrimos la puerta a la muerte que trajeron.
Ese hombre que se llama Pizarro, y que ellos reconocen como Señor, hoy ha estado aquí como todos los días. Me ha dicho que al fin mis gentes han pagado el rescate pedido. Siempre me ha tratado con el respeto que debía. Y yo a él. Creo que nos hemos tomado aprecio y veo en sus ojos un dolor que entiendo. Quiere nuestras tierras, nuestros jardines y nuestra gente. Por eso me quitará la vida aunque haya prometido mi libertad.
Huiracocha escogió finalmente a mi hermano y no podré alegrarme con él. Solo por eso mis ojos lloran en esta celda obscura. Quiera el Padre, que Huáscar, allí, en mi amada capital, sea el que nos libre de esta muerte.