Allí, tendido en la arcillosa tierra desde hacía un par de días, el hombre se aliviaba la soledad con su nueva mascota, y le conversaba. Después de algún tiempo (horas, días, no podía estar seguro) el hombre le había puesto un nombre y el animal, parecía, respondía a veces a él. Así pasaron algún tiempo más; el hombre ya sintiendo la rigidez de la quietud conversando con el desinteresado animal mientras el obscuro pájaro continuaba picoteando la carne seca de quien ahora lo llamaba por un nombre.
es increible cómo uno puede acostumbrarse a esas cosas
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