agosto 31, 2011

Vengo descalzo, con la humedad de la tierra enfriándome las plantas de los pies y el rocío del césped trepándose a mis tobillos. Traigo un presente, una ofrenda, para dejar en tu puerta. Una vez allí, con mis pies desnudos, pisaré fuertemente sobre la tierra hasta dejar sus marcas bajo el umbral. Porque lo que traigo para ti son mis huellas, el recuerdo de mis pasos. Aquí, te ofrendo mi historia. Porque he vivido para que mis pies vagabundos me trajeran a vos. Mi vida, que pareció siempre no tener rumbo, ha sido un incesante avanzar hacia tu puerta, un acercamiento a ti. Hoy, aquí, descalzo, y sin memoria, he nacido, desnudo, como nacen todos los hombres.
Le tememos a la muerte porque tenemos conciencia de su fatalidad. Y en nuestra supersticiosa lucha colgamos en la pared un reloj y un crucifijo. Pronto estaremos usando ajo para protegernos de los vampiros. O no, tal vez nos dejemos atrapar para que nos hagan inmortales. Y permanecer, en el infierno, si es necesario. Porque también el infierno es garantía de inmortalidad. ¿Acaso no se nos prometió arder allí por toda la eternidad? No importa el precio, queremos salvarnos. De la muerte, de la extinción, del olvido. Ser y seguir siendo, nunca dejar de ser. ¡Pobres chiquilines fingiendo ser adultos!...Un día vendrá la muerte y nos llevará, a todos. Y todos moriremos con un nombre en la boca: ese nombre que pudo habernos hecho inmortales.

agosto 22, 2011

De los brazos a los miles de días de ausencias repetidas, de ser de aire, nube, lluvia, a no ser. Entre un millón de hormigas destruyendo un rosal pulula la esperanza. El hambre, la sed, la falta de ánimo nos consumieron las flores. Se secaron las piedras y el desierto se hizo. Nació, como de un vientre marino, un océano de arena y soles. Nos hicimos viento, tormenta, nos olvidamos bajo la arena y los siglos, con sus besos de brisas, nos oxidaron.

agosto 18, 2011

Así pasaban las horas detrás de la ventana: él, viendo la nieve caer entre los árboles, ella, leyendo junto al fuego. Cada vez se tocaban menos, se recordaban menos a sí mismos. Pero el invierno los mantenía unidos con aquella tormenta que no descansaba. Al llegar la primavera cada uno escaparía, pero no del otro ni de ellos sino de ese encierro que es ser uno mismo y no poder salir siquiera a la puerta a fumar un cigarrillo.

agosto 15, 2011

Restos de conversaciones:
(por Msg)

-Hola, lindo!
-Hola...¿cómo va?
-Nada, como siempre, sabés que nunca me pasa nada interesante. Vos, ¿cómo andás?
-Bien, con ganas de coger. ¿No tenés ganas de venirte a casa? Tomamos unas cervezas y te quedás a dormir.
-ajajaj
-En serio, boluda!
-No, gracias...
-No te preocupés...ya sé que no me tocás ni con chorro de soda...
-No seas tonto....sabés que sos especial para mi...
-A los chicos Down también les dicen "especial"
-¿Andás con ese humor hoy? Dejalo así, no quiero pelear con vos...
-No, yo tampoco...¿no querés venir entonces?
-Hoy no, lindo, estoy cansada...mañana paso y tomamos unos mates. O la cerveza por ahí te la acepto! 
-Si, algo es algo, no?
-Si tenés ganas, si no dejá..
-Si, como vos quieras...
-Bueno, cualquier cosa te escribo y paso...un beso grande...
-Dale, beso...

(Ella nunca pasa y el diálogo se repite día por medio durante toda la vida)
Historia de una venganza.
(En un local de alquiler de DVDs)

Entran los tres uniformados con joggins azules (los de las tres tiritas) como si vinieran de hacer deporte. Son el hijo, la madre y el padre. Todos vestidos exactamente igual. Ninguno tiene pinta de haber caminado más de dos cuadras alguna vez. En el empleado producen un rechazo indisimulable, los mira con asco, quisiera poder negarse a atenderlos, pero es empleado.
-¿Tenés la película ****? -Pregunta el hijo.
El empleado consulta la base de datos, la película en cuestión está.
-No, está alquilada.
Se miran los tres perplejos.
-¿Para mañana la tendrás?
-Supongo...tendrían que devolverla.
Vuelven a mirarse los tres. Saludan, se van.
Al otro día, cuando vuelvan, el empleado tendrá que alquilarles la película que pidieron, una de las vulgaridades que en Holliwood llaman "comedia". Pero siente algo de satisfacción en oponer a esta familia de ridículos uniformados del mal gusto algún obstáculo.
"Nadie dijo que la vida sea fácil", piensa, "que esperen hasta mañana".



agosto 12, 2011

A los once años descubrí la música como algo que iba a durar para toda la vida. A esa edad, y en épocas de menos virtualidad, y casi ningún acceso a cierto material, mi única esperanza de novedades eran los viejos cassettes de un tío que me dejaba robarle de a dos o tres cada vez sabiendo que siempre volvían.
Rectangulares cajitas de Pandora como no han existido otras.
Eran los años en los que Jorge Alvarez vendía su tiro del final al mejor postor y nos dejaba sin la vieja música de nuestros propios artistas. 
De aquellas cintas casi prehistóricas aprendí a Piero, Gieco, Alma y Vida y otros tesoros de los que ya ni los mapas nos quedan.
Robaba las cintas, recuerdo, cuando mi madre ya nos llevaba para casa, así al llegar me encerraba en mi habitación a escucharlas hasta aprenderlas de memoria.
Un anoche me golpeó un tipo que apenas si cantaba. La mayoría del tiempo hablaba de cosas que poco entendía yo con mis inútiles doce años. Ferrocabral se llamaba uno de los casetes, Pateando tachos el otro. El dueño de aquella voz que escuchaba por primera vez se llamaba Facundo Cabral.
Demasiado chico yo, me rompí aquella noche de una forma que todavía no alcanzo a comprender.
Es cierto que fue la suma de todos aquellos descubrimientos el martillo que partió el espejo en el que reflejé mi mundo. Pero ese fue un duro golpe a la incipiente intelectualidad de una escasa docena de años.
Casi veinte años pasaron hasta que volviera a escuchar aquellos trabajos. Cabral es ya una voz que conozco bien. Algunas de sus canciones pasaron por mi guitarra como oraciones y de sus palabras he repetido muchas.
Luego de casi dos décadas me reencontré anoche con esos dos discos. En otra forma, y por otras casualidades. A los doce años, la novedad de la vida que se me presentaba me lo hizo cruzar para estrellarme contra su verdad. A los 33, la novedad de su muerte me lo hizo volver a cruzarme como hace casi veinte años.
Anoche reencontré esos dos discos y, con la misma ansiedad de cuando todavía nacía por el asombro, volví a escucharlos. Y volví al asombro al escuchar aquellas palabras y aquellas canciones que ahora ya me son conocidas.
Pero me acompaña un asombro nuevo y triste aunque también maravilloso: el de saber que esas palabras, cada una de ellas, estaban en mi memoria desde entonces. No había olvidado al Cabral de aquella noche, solo que no había notado nunca cuánto era lo que había prendido en mi.
Facundo Cabral haya sido quizá el primer maestro en mi vida que rompió con aquellos versos de Sui Generis, que traigo también de esos años de curiosidad:

"y tuve muchos maestros de que aprender // solo conocían su ciencia y el deber // nadie me enseño a decir una verdad..."

Facundo Cabral y yo, veinte años después, volvemos a reírnos, a pensar y a emocionarnos encerrados en mi habitación. Él ya no habla más que desde el recuerdo, pero yo lo seguiré escuchando porque en mi recuerdo, siempre tendré doce años para volver a asombrarme ante la voz que no deja de decir verdades.

agosto 11, 2011

Le digo a un amigo:
-Che, ¿dá para salir fumados a correr desnudos por la calle?
-No- me dice- desnudos no que hace frío.
Así estamos, pienso, mientras le doy otra seca.