El Universo se expande alrededor de un agujero en la tierra.
Toda la vida ocurre entre el pozo en el que germina una semilla
y la tumba en la que el cuerpo se corrompe.
Todo lo que somos capaces de nombrar ocurre
entre dos agujeros en la tierra.
marzo 20, 2015
La profesión más antigua del mundo
En las tablillas sumerias de hace más de 5000 años se cuenta que el Dios Ea (también llamado Enki) creó a los primeros "adanes": una pareja de seres creados a partir de la manipulación genética, cruzando a los monos que habitaban la tierra con genes de los mismos dioses.
Como hizo esto sin la aprobación de los demás dioses, estaba seguro de que al presentarlos ante el Gran Consejo serían condenados a muerte y Él mismo sería castigado.
Entonces decidió que era necesario enseñar a estos adanes algún talento con que asombrar al Dios Supremo Amun y al resto de los dioses.
Para esto, Enki enseñó a la primer pareja de humanos la poesía.
Cuando estos fueron presentados ante el gran Consejo los dioses verdaderamente se asombraron al ver que esos "monos mejorados" por Enki eran capaces de recitar poemas con tanta belleza.
El Supremo Amun sentenció que cualquier ser que fuera capaz de aprender la poesía tenía que, necesariamente, tener un alma.
Fue así como en las escrituras más antiguas del mundo se rebela el secreto: el primer oficio que aprendieron los hombres fue la poesía. Y por ella no solo salvaron sus vidas sino que demostraron la nobleza de sus almas y fueron amados por sus Dioses.
En las tablillas sumerias de hace más de 5000 años se cuenta que el Dios Ea (también llamado Enki) creó a los primeros "adanes": una pareja de seres creados a partir de la manipulación genética, cruzando a los monos que habitaban la tierra con genes de los mismos dioses.
Como hizo esto sin la aprobación de los demás dioses, estaba seguro de que al presentarlos ante el Gran Consejo serían condenados a muerte y Él mismo sería castigado.
Entonces decidió que era necesario enseñar a estos adanes algún talento con que asombrar al Dios Supremo Amun y al resto de los dioses.
Para esto, Enki enseñó a la primer pareja de humanos la poesía.
Cuando estos fueron presentados ante el gran Consejo los dioses verdaderamente se asombraron al ver que esos "monos mejorados" por Enki eran capaces de recitar poemas con tanta belleza.
El Supremo Amun sentenció que cualquier ser que fuera capaz de aprender la poesía tenía que, necesariamente, tener un alma.
Fue así como en las escrituras más antiguas del mundo se rebela el secreto: el primer oficio que aprendieron los hombres fue la poesía. Y por ella no solo salvaron sus vidas sino que demostraron la nobleza de sus almas y fueron amados por sus Dioses.
marzo 17, 2015
Encuentro con Dios
Si me encontrara un día al mismísimo Dios le preguntaria cuáles son las cosas que más ama en el mundo.
Entonces se las quitaría todas, una por una y las destruiría irremediablemente, para siempre.
Después me sentaria a verlo llorar al Gran Idiota.
Y me reiría, mucho, muchísimo, de su eterno dolor.
Si me encontrara un día al mismísimo Dios le preguntaria cuáles son las cosas que más ama en el mundo.
Entonces se las quitaría todas, una por una y las destruiría irremediablemente, para siempre.
Después me sentaria a verlo llorar al Gran Idiota.
Y me reiría, mucho, muchísimo, de su eterno dolor.
Vladimir entendía las cosas como mejor podía
Vladimir entendía las cosas como mejor podía. Era pobre. No tenía escuela ni sabía leer. Tenía un pedacito de tierra que le dieron cuando la reforma agraria. Y un hijo de seis años llamado Iván.
Cuando el cura apareció ya pasado el mediodía Vladimir le prohibió dar los oficios y además, si quería quedarse, tenía que sacarse la sotana.
─Hacen falta manos, padrecito, si quiere ayudar se queda, pero como hombre, no como cura.
El cura intentó una defensa pero Vladimir ya tenía la escopeta apuntándole.
─Su Dios se llevó uno de los mios, padrecito, ya quisiera llevarme yo uno de los suyos.
El Cura, sin la sotana, ayudó a cargar el ataúd.
Al amanecer Vladimir había picado la tierra con la punta de la pala y hasta el mediodía había estado cavando.
─Le hiciste bonita la tumba─ dijo la esposa en torno al agujero en la tierra.
─Al menos eso pude darle─ respondió Vladimir, que tampoco entendía cómo podía cavarse una tumba con tanto amor.
Él fue el primero en echar tierra sobre el ataúd de su hijo Iván.
Vladimir entendía las cosas como mejor podía. Era pobre. No tenía escuela ni sabía leer. Tenía un pedacito de tierra que le dieron cuando la reforma agraria. Y un hijo de seis años llamado Iván.
Cuando el cura apareció ya pasado el mediodía Vladimir le prohibió dar los oficios y además, si quería quedarse, tenía que sacarse la sotana.
─Hacen falta manos, padrecito, si quiere ayudar se queda, pero como hombre, no como cura.
El cura intentó una defensa pero Vladimir ya tenía la escopeta apuntándole.
─Su Dios se llevó uno de los mios, padrecito, ya quisiera llevarme yo uno de los suyos.
El Cura, sin la sotana, ayudó a cargar el ataúd.
Al amanecer Vladimir había picado la tierra con la punta de la pala y hasta el mediodía había estado cavando.
─Le hiciste bonita la tumba─ dijo la esposa en torno al agujero en la tierra.
─Al menos eso pude darle─ respondió Vladimir, que tampoco entendía cómo podía cavarse una tumba con tanto amor.
Él fue el primero en echar tierra sobre el ataúd de su hijo Iván.
marzo 16, 2015
Parábola del albañil o El sentido de la vida
(Cuento al estilo ruso)
En una aldea vivía un albañil ya entrado en años. Una tarde, el hombre tomó a su único nieto y lo llevó a dar un paseo por las calles del pueblo.
Caminaron durante un rato hasta que el anciano se detuvo frente a una casa. Por la ventana se percibía el fuego de la hoguera y la familia estaba sentada en paz junto a la chimenea.
─Esa casa─ dijo el anciano al pequeño ─la construí yo mismo con mis propias manos.
Entonces avanzaron hasta la siguiente casa. De ella salía un niño desabrigado y su madre corriendo tras él con un grueso abrigo.
─Esta casa también la construí yo mismo con mis propias manos─ dijo el anciano.
Siguieron caminando un rato largo y en cada casa el abuelo se detenía y repetía a su nieto:
-Esa casa la construí yo mismo con mis propias manos.
Después se sentaron a descansar en la fuente de la plaza, con todas las casas del pueblo a la vista.
─¿Qué piensas de lo que has visto, Lionka?
─Que todas las casas las construiste tú, abuelo.
─¿Y qué piensas de eso?
─Que has construido todas las casas de la aldea pero no una para ti.
─La casa en la que vivimos yo la hice también.
─Pero se la has regalado a tu hijo, mi padre, y vives con nosotros cuando pudiste haber construido una para ti solo.
El abuelo sonrió.
─¿Qué has visto en esas casas, Lionka querido?
─Niños jugando, gente cenando en familia.
El abuelo sonrió satisfecho.
-Toda mi vida ha sido construir casas. Primero una y luego otra y al terminar me marchaba a comenzar otra, y otra y otra. Pero las casas, Lionka, las casas son nada. Solo piedra, paja, maderos y de esto puedo explicarte muchas cosas. Pero todas esas cosas no te dejarían ver lo importante: si todas estas casas que he construido estuvieran vacías mi vida habría sido inútil. Solo cuando alguien las habita, las casas se vuelven "algo". ¿Entiendes ahora, mi Lionka? Un hombre puede trabajar toda su vida, pero si las casas que construye no son habitadas, entonces no habrá hecho nunca nada que pueda guardar. El trabajo de un hombre es real cuando otros pueden habitarlo.
El niño volvió a mirar las casas y ahora ya no eran casas, la piedra y el vidrio y la madera no podían retener ahora a sus asombrados ojos ante la vida que llenaba esos hogares.
-Ese, Lionka, es el sentido de la vida.
(Cuento al estilo ruso)
En una aldea vivía un albañil ya entrado en años. Una tarde, el hombre tomó a su único nieto y lo llevó a dar un paseo por las calles del pueblo.
Caminaron durante un rato hasta que el anciano se detuvo frente a una casa. Por la ventana se percibía el fuego de la hoguera y la familia estaba sentada en paz junto a la chimenea.
─Esa casa─ dijo el anciano al pequeño ─la construí yo mismo con mis propias manos.
Entonces avanzaron hasta la siguiente casa. De ella salía un niño desabrigado y su madre corriendo tras él con un grueso abrigo.
─Esta casa también la construí yo mismo con mis propias manos─ dijo el anciano.
Siguieron caminando un rato largo y en cada casa el abuelo se detenía y repetía a su nieto:
-Esa casa la construí yo mismo con mis propias manos.
Después se sentaron a descansar en la fuente de la plaza, con todas las casas del pueblo a la vista.
─¿Qué piensas de lo que has visto, Lionka?
─Que todas las casas las construiste tú, abuelo.
─¿Y qué piensas de eso?
─Que has construido todas las casas de la aldea pero no una para ti.
─La casa en la que vivimos yo la hice también.
─Pero se la has regalado a tu hijo, mi padre, y vives con nosotros cuando pudiste haber construido una para ti solo.
El abuelo sonrió.
─¿Qué has visto en esas casas, Lionka querido?
─Niños jugando, gente cenando en familia.
El abuelo sonrió satisfecho.
-Toda mi vida ha sido construir casas. Primero una y luego otra y al terminar me marchaba a comenzar otra, y otra y otra. Pero las casas, Lionka, las casas son nada. Solo piedra, paja, maderos y de esto puedo explicarte muchas cosas. Pero todas esas cosas no te dejarían ver lo importante: si todas estas casas que he construido estuvieran vacías mi vida habría sido inútil. Solo cuando alguien las habita, las casas se vuelven "algo". ¿Entiendes ahora, mi Lionka? Un hombre puede trabajar toda su vida, pero si las casas que construye no son habitadas, entonces no habrá hecho nunca nada que pueda guardar. El trabajo de un hombre es real cuando otros pueden habitarlo.
El niño volvió a mirar las casas y ahora ya no eran casas, la piedra y el vidrio y la madera no podían retener ahora a sus asombrados ojos ante la vida que llenaba esos hogares.
-Ese, Lionka, es el sentido de la vida.
Las cosas que importan
En el primer banco de la capilla una señora bien vestida rezaba:
─¡Ay, Diosito! Quita de la mente de mi hija a ese muchacho pobre que la trae como el diablo de pecadora. Hazla entrar en razón, por favor, y que acepte al doctorcito nuevo, tan guapo y rico él y tan enamorado de ella.
Dos filas más atrás, un joven rezaba:
─Padre, ¡te lo ruego! ¡Dame un trabajo que me guste y con un buen sueldo que estoy cansado de esta pobreza! ¡Hay tantas cosas que me gustaría comprarme y no puedo!
Más atrás, del lado del confesionario, un hombre grueso y grasoso pero finamente vestido pedía:
─Dios, Dios, ¿tanto te cuesta hacer que mis negocios vayan mejor? ¿No puedes hacer menos vagos a esos negros? ¡Todo el tiempo andan pidiendo descansos que me hacen perder tanto dinero!
De pie y contra una pared, un muchacho pensaba:
─Padre, solo te pido que esta temporada seamos campeones. ¡Solo eso! ¡Todos los años te lo pido y nunca me escuchas!
Otro, cerca de éste, murmuraba:
─Padrecito, ¡haz que sus ojos negros se fijen en mi! ¡Es la mujer más hermosa de todas y no quiero una esposa fea!
Al final de los bancos, sobre la última fila, casi escondida, una mujer jóven toda vestida de negro y con la cara cubierta rezaba en voz baja:
─Tú que no evitaste que la muerte lastimara a mi niño, ten, por favor, algo de consideración con su pequeña almita.
En el primer banco de la capilla una señora bien vestida rezaba:
─¡Ay, Diosito! Quita de la mente de mi hija a ese muchacho pobre que la trae como el diablo de pecadora. Hazla entrar en razón, por favor, y que acepte al doctorcito nuevo, tan guapo y rico él y tan enamorado de ella.
Dos filas más atrás, un joven rezaba:
─Padre, ¡te lo ruego! ¡Dame un trabajo que me guste y con un buen sueldo que estoy cansado de esta pobreza! ¡Hay tantas cosas que me gustaría comprarme y no puedo!
Más atrás, del lado del confesionario, un hombre grueso y grasoso pero finamente vestido pedía:
─Dios, Dios, ¿tanto te cuesta hacer que mis negocios vayan mejor? ¿No puedes hacer menos vagos a esos negros? ¡Todo el tiempo andan pidiendo descansos que me hacen perder tanto dinero!
De pie y contra una pared, un muchacho pensaba:
─Padre, solo te pido que esta temporada seamos campeones. ¡Solo eso! ¡Todos los años te lo pido y nunca me escuchas!
Otro, cerca de éste, murmuraba:
─Padrecito, ¡haz que sus ojos negros se fijen en mi! ¡Es la mujer más hermosa de todas y no quiero una esposa fea!
Al final de los bancos, sobre la última fila, casi escondida, una mujer jóven toda vestida de negro y con la cara cubierta rezaba en voz baja:
─Tú que no evitaste que la muerte lastimara a mi niño, ten, por favor, algo de consideración con su pequeña almita.
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