La lluvia caía en otro tiempo, remoto, de hombres envueltos en pieles, de hombres huyendo de fríos glaciales o moviéndose al ritmo de las grandes manadas. La lluvia, esa lluvia que él miraba desde la ventana de un piso doce, había caído ya en otros lugares, en otros tiempos y era, de un modo que solo repiten la lluvia o el fuego, la misma lluvia que pegaba una piel de tigre al cuerpo de un hombre.
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