abril 30, 2011

Profeta menor, Mesías de esos que nadie esperaba, el tipo vivió de milagro en un mundo antiguo. En un mundo que negaba las cruces mientras que en la clandestinidad de la noche las fabricaba. Hizo un par de milagros que interesaron poco: convirtió el vino en agua para que nadie se embriagara; dividió los panes y los peces entre unos cuantos hambrientos; una vez sacó un demonio de un cerdo y lo hechó a los hombres...
Juntó algunos cuantos que lo seguían: acreedores, linyeras dementes que sabían que les daba las monedas que andaba arrastrando en el bolsillo de vez en cuando, y hasta un tímido homosexual caníbal que lo miraba raro pero que nunca confesó sus intenciones.
Se dejaba seguir por unos cuantos traidores, pero una Pascua se confió y dejó sentarse a su mesa un amigo de los verdaderos. Nunca lo traicionó. Así que nuestro hombre fue y se entregó a si mismo. Con las 30 monedas le compró unos juguetes a un nene leproso y le curó la infelicidad, pero a muchos le pareció poco.
Al principio no lo querían arrestar porque decían que no era peligroso. Se quejó un poco y se le escapó una verdad.  Cuando lo escucharon lo agarraron entre varios y lo encadenaron.
Le ofrecieron dinero para callarse y dijo que no. Sus captores, que no conocían más método que comprar a la gente, quedaron confundidos. El les sugirió que lo crucificaran. Pero la pereza de los oficiales pudo más. Lo hicieron caminar unas cuadras para insultarlo y lo mataron entre cuatro policías en un descampado cerca de la comisaria.

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