mayo 02, 2013

Encantos y desencantos de hacer literatura.

"[El Gobierno] avanzará en la prohibición para la importación de libros y publicaciones. Sucede que [...] considera que no se cumplió el pacto que marcaba que en un plazo de no más de un año las editoriales tenían que producir la misma cantidad de libros dentro del país que las que se importan."
(Diario Fortuna:
http://fortunaweb.com.ar/2013-05-02-120805-moreno-restringe-aun-mas-las-importaciones/)

Y uno no sabe dónde ponerse. De un lado, el claro y cierto fascimo no permitir la entrada al país de libros (algo que no ocurría desde la última dictadura militar). Del otro, la misma actitud mercenaria de siempre.
Entre los fascistas del gobierno y los delincuentes de las editoriales (recordemos que la usura es un delito condenado por las leyes de nuestro país, y ni hablar de la explotación) quedamos (léase: morimos de hambre) los escritores.
La pregunta que primero me llega es ¿quién carajo nos representa? Ni el gobierno, esto lo vemos, ni las editoriales, esto lo supimos desde que empezamos a escribir.
En Argentina, la publicación de un libro (hablo de una obra literaria no comercial) es una rareza más parecida a entregar una adolescente atada a un violador que a un acto de cultura.
Los costos son altísimos, imprimir un libro hoy es un lujo que solamente Dalma Maradona (nadie podrá explicarnos jamás en qué clase de sociedad enferma eso es una "escritora") y los mejores exponentes de la TV basura pueden pagar.
Pero el problema no es lo inaccesible de los costos. El verdadero problema es que estos no son una consecuencia natural del trabajo de edición o impresión (en otros paises los costos no llegan ni a la mitad de los números que manejamos aquí en Argentina) sino que son, en igual medida, consecuencia de dos problemas de la sociedad argentina.
En primer lugar, la situación económica estilo "Titanic" de un gobierno inútil y corrupto. Mientras las políticas económicas han destruído la capacidad de consumo de la población, desde las políticas culturales y vinculadas a la educación (des-educación mejor dicho) se ha acabado con ese grupo de bichos raros que leían y leían bien. Por poner un ejemplo muy claro, con los 60 millones de euros del caso de lavado y fuga de dinero que se descubrió en las última semanas se hubieran podido editar, al menos, ¡84.000 libros de autores independientes! Pero desde el Gobierno se escogió llevar ese dinero a paraísos fiscales en cuentas a nombre de altos funcionarios del propio gobierno.
En segundo lugar, por la avaricia desmedida e inmoral de los editores que se llevan alrededor del 95% de las ganancias totales de cada ejemplar que, como si fuera poco, es vendido con el mayor sobreprecio que pudiera imaginar cualquiera de esas ratas.
Para que el lector lo entienda más fácil. La editorial Siglo XXI, por poner un ejemplo rápido y sencillo, no puede estar teniendo de costo, por cada ejemplar de Eduardo Galeano, más de 35 o 40 pesos argentinos. Ese es el costo que tendría yo, simple mortal, para imprimir un libro de esas características e ingresarlo al circuito a través de alguna distribuidora. Una editorial de esa magnitud debe estar, actualmente, por la mitad de esos costos, sin embargo, el precio de venta de cada ejempar es de 120 pesos argentinos ("apenas" cien en alguna feria del libro medianamente decente). Obtienen, por cada ejemplar vendido, una ganancia superior a 3 veces el costo de producción. O sea, remarcan los libros con más del 300% de ganancia, mientras pagan a los autores de 2 a 3 pesos por ejemplar vendido (esto en casos como el de Galeano, ya que los autores no famosos no llegan a cobrar 1 peso por ejemplar vendido ni agotando la edición completa).
Hay también un tercer factor en todo esto. Alguien dijo que lo peor de las injusticias es el silencio de los buenos. Y también somos cómplices todos aquellos que escribimos. Sí, todos. Especialmente aquellos que viven esperando el milagroso mail de una editorial que, sin ninguna necesidad ni convenciencia propia (entiéndase en tono irónico, por favor), nos haga el favor de tirar en las librerías (sin publicidad ni nada que se parezca) unos doscientos o trescientos ejemplares de lo que tuvimos el coraje de escribir. Sin regalías, sin adelantos ni nada que se aprezca a un ingreso en dinero.
No importa si el autor estuvo tres años para dar forma a algo medianamente decente, ellos pagan, cuando la edición se agote (algo que no suele pasar para un primer o segundo libro, sépalo el lector), centavos por cada ejemplar.
Y nosotros nos quedamos callados. Esperando como animales de presa la oportunidad de estampar una firma que hemos ensayado por años (debe ser una firma propia de un literato para no quedar con la sensación de ser un pobre diablo más) y sonriendo con la foto de fingida postura de intelectual o poeta en la contratapa.
Será que el optimismo no es para intelectuales, sensibleros o bohemios que uno espera, como un milagro, que sea el público el que un día se canse de todo esto y no vuelva a pisar una librería y solo compre libros a autores independientes que no acetan ser parte de ese juego perverso en el que el escritor para por escribir, el lector paga por leer y la editorial gana por... por... ¿por?
Ojalá un día pase. Es cada vez más difícl creer que seremos los escritores los que salgamos a defender, contra nuestros propios intereses, nuestros propios intereses.

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