febrero 07, 2012
febrero 01, 2012
Buscando a...
Se pasó todo el día fumando en el balcón, esperando que ella pasara por debajo, sin ningún resultado. O al menos no el resultado que esperaba.
Descubrió, mirando para abajo, a toda esa gente que iba y venía por las aceras sin detenerse, corriendo apurados vaya a saber uno por qué o para llegar dónde.
Descubrió también, mirando derecho y hacia arriba, que no era el único que fumaba en el balcón esperando que un amor de verano les regalara una mirada desde allí abajo.
Y así tuvo la idea. Contratar hombres delgados, altos. Vestirlos de jean azul, con suéter a rayas rojas y blancas horizontales. La anciana del departamento vecino tejió los gorros de lana.
Cuando estuvo todo listo les dio la misión para la que los había contratado: debían caminar entre la muchedumbre, pasear por un lado y por otro discretamente, sin hacerse notar más que lo necesario para dejarse encontrar de vez en cuando.
La mujer que esperaba no volvió a pasar por debajo del balcón. Seguramente, las que esperaban todos los demás tampoco. Pero ahora, esperar un amor fumando en el balcón era un juego: cada tanto, alguno se sonreía y se felicitaba a si mismo por haber encontrado, entre toda esa muchedumbre de gente, al Wally de su calle.
Se pasó todo el día fumando en el balcón, esperando que ella pasara por debajo, sin ningún resultado. O al menos no el resultado que esperaba.
Descubrió, mirando para abajo, a toda esa gente que iba y venía por las aceras sin detenerse, corriendo apurados vaya a saber uno por qué o para llegar dónde.
Descubrió también, mirando derecho y hacia arriba, que no era el único que fumaba en el balcón esperando que un amor de verano les regalara una mirada desde allí abajo.
Y así tuvo la idea. Contratar hombres delgados, altos. Vestirlos de jean azul, con suéter a rayas rojas y blancas horizontales. La anciana del departamento vecino tejió los gorros de lana.
Cuando estuvo todo listo les dio la misión para la que los había contratado: debían caminar entre la muchedumbre, pasear por un lado y por otro discretamente, sin hacerse notar más que lo necesario para dejarse encontrar de vez en cuando.
La mujer que esperaba no volvió a pasar por debajo del balcón. Seguramente, las que esperaban todos los demás tampoco. Pero ahora, esperar un amor fumando en el balcón era un juego: cada tanto, alguno se sonreía y se felicitaba a si mismo por haber encontrado, entre toda esa muchedumbre de gente, al Wally de su calle.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)